Carta a la infancia enmascarada.

Dedicado a mis hijos y a los hijos del Mundo:

Queridos hijos, queridos niños, que tanta fuerza habéis demostrado en estos tiempos difíciles, donde no habéis perdido vuestra sonrisa menuda, inconfinable, escondida tras un trozo de tela. Menuda y grande, y totalmente transparente, desbordante, libre…

A vosotros, locos bajitos, como le gusta llamaros a Gila desde ahí Arriba, os dedico esta carta:

Quiero comenzar pidiéndoos perdón, queridos hijos, queridos niños, porque es evidente que la Sociedad de hoy, la que hemos construido entre todos, por acción u omisión, no es para vosotros; este País no es país para viejos, ni para niños. Descartados los unos, marginados los otros.

Un país que prohíbe la entrada de los niños en los restaurantes, mientras da la bienvenida a las mascotas.

Ayer transformaron colegios en decrépitas barracas, que se oxidan, como se oxidan como hoy los parques infantiles, como se oxida el mañana. Y mientras, se construyeron gigantescos, ostentosos y carísimos palacios que albergan fantasmas.

En la plaza, prohibimos la pelota y las canchas de fútbol se llenaron de basura.

Hoy la calle se calla y llora y llueve y es humo, y es gris, como el gris del pasado.

Y mientras golpea la calle en los cristales de su ventana, un adulto baja la persiana.

Muchedumbres exaltada, como una turba enardecida, llama irresponsables a los padres que os quieren mucho y que tienen poco, por haber sido padres; en lugar de reflexionar acerca de un mundo que permite que exista un solo niño desnutrido. Preferimos que no existan los niños, pero que exista la pobreza, como si la miseria fuera algo inevitable, que no tuviera que ver con la voluntad y las decisiones políticas. Con los brazos cruzados y los culos calientes en el sofá. Como si la miseria material no tuviese que ver con la miseria moral.

¡Miserables que combaten la miseria a cañonazos!

Estúpidos y ciegos hombres y mujeres sólo capaces de quererse a sí mismos. ¡Nunca seáis como ellos!

Perdón, porque enredado en mis pensamientos, ya no te escucho en la cena, me importan más mis problemas de adulto que tus fabulaciones de niño. Come la sopa y calla, Mafalda.

Perdón, porque enredado en mis pensamientos, ya no te escucho en la cena, me importan más mis problemas de adulto que tus fabulaciones de niño. Come la sopa y calla, Mafalda.

A los padres se nos va la vida persiguiendo la vida, mientras, amado hijo, tu persigues mariposas.

Pero aún se me parte el alma cuando me regalas una hoja marchita, cuando sales del cole con la sonrisa envuelta en mil capas azules como el cielo de antaño y, aún así, esa sonrisa, calienta mi corazón dormido.

Dicen que la distancia más corta entre dos puntos es la sonrisa. Gracias por tu cercanía, porque no derramáis distancias, como los adultos, que tan lejos caminamos los unos de los otros, aunque estemos al lado, o separados por metro y medio.

Perdón porque los adultos os hemos dejado un mundo que huele a armario apolillado, a vil metal y humo de metralla, a tierra mojada y fértil que se pudre, porque es más barato cosechar papel moneda. Perdón por la precariedad laboral, los parques oxidados, las barracas llenas y los palacios vacíos, los muros, las fronteras, el plástico en los mares, el saqueo a la hucha común, los aplausos de mentira, la colonización de la Sanidad mientras el derroche faraónico.

Perdón por el salvaje capitalismo que lo devora todo, exceptúa vuestra infinita sonrisa.

Perdón porque os dejamos un camino oscuro que quizá conduzca al exilio, a vosotros, adultos en ciernes.

Perdón porque de ese cielo infantil que has dibujado, hijo mío, huyen las gaviotas.

Y gracias, muchas gracias, queridos hijos, niños y niñas, por darnos motivos para seguir adelante porque, cada mañana, nosotros, los padres y madres, encontramos en vosotros el aliento suficiente para cambiar el mundo, que se debe, ¡y se puede!, porque no os merecéis este estercolero.

Durante algún tiempo, un puñado de padres luchó con uñas y dientes pidiendo que tuviéseis los mismos derechos que los perros, cuando algún iluminado pensó que los niños son algo parecido a una maceta. Sin embargo, hasta las macetas necesitan sol, y muchos niños ni siquiera teníais eso en vuestros pequeños pisos interiores. Si no podían crecer flores en vuestro balcón inexistente, ¿cómo ibais a crecer vosotros?.

Y ese puñado de padres y madres, seguiremos luchando a brazo partido, aunque suene manido y utópico, desgastado y ridículo; por un mundo más justo y más humano.

¡Que vosotros, a ver cuándo nos enteramos, no sólo sois el futuro del mundo, sois imprescindibles, a los que más debería cuidar y proteger esta sociedad envenenada!.

El único antídoto para el veneno, es vuestra sonrisa.

Tu, loco bajito, con la boca tapada, antes y ahora, yo, con la boca llena de mentiras, que atraviesan y crean máscaras.

Mentiras, vamos a contar mentiras…

Ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras, tralará…

Mares y ríos corren cristalinos, los montes no se calcinan,

en las casas tienen pan, no hay hambre en las esquinas,

Las naranjas no se pudren, en la tierra, a sus orillas,

Los poetas viven mejor que los políticos, ¡qué maravilla!

Vivienda digna.

Separación de poderes.

Honradez política.

Salario justo.

Amistad.

Amor.

Infancia sin fronteras.

Queridos hijos, queridos niños y niñas. Perdón, y Gracias.

Ojalá un día, tus hijos y los míos, puedan correr de la mano hasta el final del sendero. Ojalá que ese día, abriendo los ojos, solo veamos dos niños que juegan libres, que sueñan libres, que escriben libremente su propio destino, donde un día dibujaron un hermoso y enorme cielo con sus manos diminutas.

Ojalá los niños, ojalá el sendero.

Ojalá el futuro.

Ojalá las mariposas.

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