Planeta errante.

Sube el Ego por la montaña, mientras sus repiques se escuchan entre las piedras; se pueden percibir a miles de quilómetros de distancia. Mientras culmina la cima, Envidia está allí esperándolo. El Planeta Errante, los observa desde lejos, desde su lánguida gravitación; este no sabe lo que piensan aquellos, pero puede advertirlo en los días venideros: el Ego anhela convertirse en el centro de la Vulgata poética, que todos los que le rodean, o se acogen bajo su signo, le ayuden a pulir sus poemas. De esto modo, Ego trabaja por ordenar en torno a sí a su séquito de fervientes iconoclastas orfeísticos, todos aquellos que se quieren parecer a Homero, pero no lo logran. Recordad: son todas aquellas voces, paranoias de la estética de espejos, que hablan del amor y de sus desdichas, aunque nunca las hayan catado.

El Ego es un ente rabioso, saqueador de conciencias inocentes: solo quiere saciarse de elogios, halagos de cristal, o de porcelana de rubí, para poder seguir avanzando en su camino hacia las puertas del imperio de la memoria, de la galería de la fama. 

Por su parte, el Planeta Errante sabe muy bien que el Ego, aun en su plenilunio corazón, todavía no verifica la verdadera esencia de ser un poeta de contador de aguas, que eso lo que le elevaría a las nubes de la erudición, lo que le transcendería a ser, más allá de un orador urbano, al sendero que conduce hasta la estancia de las Musas.

Desde este sentido percibe el Planeta Errante, un espíritu solo e inocente de las maldades del mundo, que el Ego le ignora; le ignora porque, gracias a la Envidia, se crea la separación entre los cuerpos atrayentes y se manifiesta la ausencia de los movimientos circulares de la gravedad. Y prosigue el Planeta Errante en silencio temporal que existe entre astro y astro, entre latitudes extrañas, ajenas a sus referentes simbólicos… pero, esta situación no es una oportunidad de finitud para el Planeta Errante, sino más bien lo contario. 

Ese cabalgar de levitación del Planeta Errante es una corriente marina que le transporta por el cosmos. Per astra, ad astra. Y se afina su latido, y sus nervios ensayan las notas de los compases de la nueva partitura. Se llama a la puerta de otras galaxias y se rompe la rigidez del clavicordio aburrimiento. Entonces, el Planeta Errante comienza a recordar el goteo de sus pensamientos constantes, aunque, en el pasado, pareciera que ese goteo se sumergirse en un halo de campanadas de medianoche: siempre existe el ruido, aunque la supernova se emancipe de la realidad. Ahora, el Planeta Errante ha comprendido que el Ego es solo un pulcro reflejo de la adultez en ruina, de una niñez ñoña, estoica y conservadora.

Y, ¡ventura!, nuestro amigo continúa su itinerario, con las gracias de los goces del viajero, exagerando la hermosura de los paisajes, mientras nadie le detenga, porque vagar es su profesión, aunque se embadurne con la arena de los asteroides. 

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