El taburete.

Nunca le gustó el taburete que había en el rincón de su habitación. Era viejo, sucio y cojeaba. Su madre se lo había regalado cuando se mudó a la casa, diciéndole que era una reliquia familiar. Pero él lo odiaba. Lo odiaba tanto que una noche decidió tirarlo por la ventana.

Al día siguiente, cuando volvió del trabajo, se quedó helado al ver el taburete en el mismo lugar de siempre. Pensó que alguien se lo había devuelto, quizás algún vecino burlón. Furioso, cogió el taburete y lo destrozó a golpes contra el suelo. Luego lo metió en una bolsa de basura y lo llevó al contenedor más lejano que encontró.

Esa noche, mientras dormía, escuchó un ruido en su habitación. Se despertó sobresaltado y encendió la luz. No podía creer lo que veía. El taburete estaba frente a su cama, intacto y sonriente. Tenía unos ojos rojos y unos dientes afilados que le miraban con malicia. Antes de que pudiera gritar, el taburete saltó sobre él y le mordió el cuello. Fue su último error.

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