Michael, el rico.
Había una vez un hombre llamado Michael, quien nació en una familia adinerada y siempre había disfrutado de una vida llena de lujos y comodidades. Desde joven, había sido muy popular y respetado gracias a su posición y fortuna, y rápidamente se convirtió en una celebridad en su círculo social.
Sin embargo, a medida que pasaban los años, Michael se dio cuenta de que su vida no tenía un propósito real. A pesar de su riqueza y éxito, se sentía vacío y sin sentido. Decidió entonces buscar la felicidad en las cosas materiales y en la atención de los demás, lo que solo lo llevó a una espiral descendente de desesperación y tristeza.
Un día, sin embargo, todo cambió para Michael. Un mal negocio le dejó en la bancarrota, y perdió todo su dinero y sus bienes. Al principio, se sintió completamente desesperado y sin esperanza, pero luego comenzó a darse cuenta de que su vida había sido demasiado centrada en sí mismo y en la superficialidad.
Michael se encontraba sentado en un banco de un parque público. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan tranquilo y libre. Había perdido su fortuna y su fama, pero había ganado algo mucho más valioso: la perspectiva.
Miraba a su alrededor y veía a gente feliz, disfrutando de la vida, a pesar de no tener grandes posesiones. Observaba a los niños jugando y riendo, sin preocuparse por las deudas o el estatus social. Se dio cuenta de que había estado persiguiendo cosas que en realidad no importaban, que lo habían alejado de lo verdaderamente importante en la vida: el amor, la amistad, la familia, la felicidad.
Recordó todos los momentos en los que había sido cruel y arrogante, creyendo que su riqueza le daba derecho a tratar a los demás como inferiores. Se sintió avergonzado y arrepentido, pero también sintió la necesidad de hacer algo para remediar sus errores.
Se levantó del banco y decidió empezar de nuevo. No tenía nada material, pero tenía su experiencia y su sabiduría. Decidió usarlas para ayudar a los demás, para ser un buen amigo, un buen vecino, un buen ciudadano.
Se dirigió hacia una anciana que estaba sentada cerca de él y le preguntó si necesitaba ayuda para llevar sus bolsas. Ella le sonrió y aceptó su ayuda. Mientras caminaban juntos, Michael sintió una alegría que nunca antes había experimentado. No tenía nada material que ofrecer, pero tenía algo mucho más valioso: su humanidad